sábado, 6 de diciembre de 2014

TRABAJOS PREMIADOS TERCER CONCURSO LITERARIO DE ADULTOS 2014

Segunda categoría-Cuento-Primer premio

El viaje
María Ximena Callesa
Corre el camino desde un punto al otro. Siempre queda la posibilidad de girar en
círculos. La nefasta noticia danza en remolino
sobre su cabeza, como cuando los enigmas
se agolpan sin salida.
Sobre ella se revela este o aquel libro de los grandes
pensadores que intenta descifrar.
Margarita se hizo famosa por su mudez. Dejó de
hablar por decisión propia.
Fue así que, por su actual condición, su leyenda
se fue tejiendo y extendiendo. Todos hablan de
ello, quedando replicado en un eco continuo de
modernidad inagotable. En redes y espacios inimaginables,
en tiempos no tan lejano. La voz
que calla ve como lo arcaico del ser humano,
que pugna siempre por salir, luchando contra lo
aprendido, contra la corrección inculcada por siglos
de cultura por las duras reglas del hombre civilizado.
La educación se diluye entre las manos de los
educadores. La erudición, la instrucción, y la
transmisión, se van perdiendo irremediablemente,
incluso entre ellos. Visto a través del tiempo,
nadie queda exento de la ignorancia, del oscurantismo
o de la barbarie.
Su hijo involucrado en un hecho delictivo.
Si el amor y el tiempo son enigmáticos, el hombre
no lo es menos. ¿Cómo explicar la intencionalidad
de algo, cuando ni siquiera uno puede
explicarse a sí mismo?
Siempre le llama la atención, la incongruencia,
la disonancia, entre la fuerte presión de la cotidianeidad
y aquello que se anhela. Todo el tiempo,
se le hace presente, como conviven en una
inercia silenciosa, las tareas reiteradas, habituales
y aquello que nos aferra a los sueños a lo largo
de los años, con escasa posibilidad de rebelarse.
Vivimos una vida, de algún modo encerrada, de
comportamientos contenidos y sentimientos
ocultos.
Indisolublemente, se hace presente el abismo

entre lo que encierran los libros en sus páginas, y
la crudeza de vivir.
Los libros no muerden, pero la vida sí. Y lo hace
con saña.
Pensó que todas las palabras reunidas en aquellos
libros no le habían evitado, la existencia que
llevaba al llegar a sus oídos tan triste acontecimiento.
Mutismo .
Se necesita el silencio para establecer un sonido.
Para componer, y ella hizo de ello la causa de
su vida. Su horizonte.
Hay cosas que no se pueden escribir ni decir. Es
absurdo, imposible. Decir lo que uno siente, no
deja de ser absurdo frente al otro, lo dicho queda
ahogado, amortiguado, opaco. La conversación
versa sobre temas superfluos, redundantes. Ella
misma, en tiempos anteriores, se acoplaba a ese
juego triste, funesto, aciago de recrear una y otra
vez conversaciones estériles, chácharas, parlamentos
infecundos, infructuosos. Eran las reglas
del juego social. ¿Quién tendría el tiempo y las
ganas de escuchar sus deseos, sus aspiraciones,
sus sueños?
Con el correr de los años, sobrevienen como un
halo, cavilaciones que retrotraen al recuerdo juvenil
y las primeras decisiones.
Con cierto fulgor intermitente y su correspondencia
temporal, no cronológica; en estos periplos
de la mente; es más fácil volver a la orilla que llegar
a destino. La refulgencia lograda en estos vericuetos,
vela el encantamiento de aquel viaje.
En el arduo itinerario, propio o ajeno, nunca se sabe,
cuando la orilla queda atrás.
Cuando es así, el silencio se torna aún más audible.
¿Habla el espíritu?, ¿Habla el universo?, ¿El
cosmos?, ¿Habla Dios o la naturaleza?
Lo mismo da.
El renunciamiento es parte de nuestro ser y la
voz torna familiar el lejano origen.
La orilla es la orilla. ¿Y el hombre?
Iba a hablar una vez más… entregaría a su hijo.

Máxima Heid

Segunda Categoría-Cuento-Segundo premio

Eduardo Vicente, Maestro Ciruela
Graciela Rut Guelfand
¿Quién me iba a decir que iba a saber de vos justo hoy, y del modo menos pensado?
¡Eduardo! ¡Maestro ciruela! ¿Cuántos años
pasaron desde que cursábamos el famoso “Tríptico”
en Filosofía y Letras, allá por el '75? Yo usaba el
pelo lacio, jeans desflecados, colgantes de mostacillas.
¡Y mírame ahora! Rulos, trajecito sastre de
secretaria ejecutiva y tacos altos. Vos andabas
siempre de vaqueros y saco con pitucones, bigote
negro finito y esa nuez de Adán que te precedía casi
tanto como tu nariz aguileña. Cargabas unas eternas
carpetas con exámenes de tus alumnos, que yo
te ayudaba a corregir, atrincherados en la última fila
de bancos de la clase de Historia. ¿Te acordás
cómo nos reíamos bajito, mientras el profesor dictaba
cátedra y nosotros leíamos las genialidades que
escribían tus pibes en sus cuadernos Rivadavia?
Las interpretaciones que hacían sobre el Big Bang y
la evolución de las especies, después de tus explicaciones
sesudas, pasaban a ser una experiencia
surrealista en esos chicos acostumbrados a tanta
educación formal y vacía. ¡Vos eras realmente un
Maestro, Eduardo! Los hacías pensar y analizar las
cosas, y los dejabas fantasear y recrear el mundo a
su modo. Igualito que el profesor que nos dictaba
esos cursos infames, en donde nos decía que allá
por la época de Roca había en la Argentina no sé
cuántos hombres y cuántos miles de indios, como si
los originarios habitantes de estas tierras no pertenecieran
a la especie humana. Después de indignarnos
y mascullar nuestra bronca, volvíamos a tus
cuadernos escolares y dejábamos de escuchar las
gansadas del jefe de cátedra, para sumergirnos en
la riqueza de pensamientos de tus alumnos. ¿Te
acordás cómo te cargábamos con Vicky, llamándote
Maestro Ciruela, y cómo te reías con el apodo? En
esos tiempos terribles, vivíamos cuidándonos
mutuamente las espaldas. La Triple A estaba en pleno
apogeo, con Isabelita y El Brujo en el gobierno.
Yo militaba entonces en la JUP y vos en el gremio de
los docentes. Recuerdo el día en que hice una pintada
en los pasillos de la facultad y vos me viste de
lejos. Viniste como una tromba a taparme con tu
cuerpo flaco de alfiler y a decirme que fuera la última
vez que se me ocurría pintar paredes con el sacón
celeste eléctrico que llevaba puesto, porque se me
veía como un semáforo a tres cuadras de distancia.
Me ayudaste a encontrar la salida más cercana y me
fui volando por Hipólito Irigoyen. Nunca más volví a
usar ese sacón en Filosofía y Letras, con lo lindo
que era... Y aquella otra vez en que organizamos
una asamblea relámpago después de los exámenes
en el Aula Magna. Vos tomaste la palabra y te
mandaste un discurso contra los filtros y los criterios
educativos, que era una joyita. Cerca de una de las
salidas, vi a los matones de la facultad que se preparaban
para caerte encima. Entonces avisé a algunos
compañeros y te escoltamos en medio del grupo
hasta la calle. No te dejamos hasta ponerte arriba
del primer colectivo que pasaba por la avenida.
Fue una época breve, pero tan intensa aquella en la
que fuimos amigos que nunca pude olvidarte, después
de tantos años y tantas cosas pasadas. Cuando
comenzó la gran razzia en Filosofía y Letras, fui
una de las primeras favorecidas por los amigos de la
Triple A. En una misma noche visitaron mi casa y la
de otros dos compañeros de militancia. Me borré
por un tiempo de la facultad y, cuando pensé que la
cosa se había olvidado, volví a las clases. Pero los
muchachos eran persistentes y volvieron a aparecer.
Tuve que dejar para siempre la casa de mis
padres y los estudios de Historia. Recuerdo que
estaba destrozada, llena de dudas, asustada. Nos
encontramos a tomar un café y vos me hablaste y
me serenaste. Charlamos. Me contaste de tu novia
mendocina, de tus proyectos y tus esperanzas, en
medio de la violencia y el caos que convulsionaba
nuestro querido país. Yo te hablé de mis conflictos
con mis padres, de mi nueva vida de gitana, durmiendo
una noche aquí y otra allá, de mis intenciones
de comenzar a estudiar Medicina, y de continuar
con mi militancia contra viento y marea. Nos
despedimos y la vida se encargó de que aquel fuera
nuestro último encuentro. ¡Y mirá cómo me vine a
topar con vos, así de golpe en el tren! Yo hablando,
y recordando tanta historia pasada, y vos sin decirme
una palabra. Sólo esta hoja muda del periódico
me contesta que el reencuentro que alguna vez imaginé
nunca podrá ser posible porque mañana, día
del maestro, una escuelita de Villa Soldati será
rebautizada con el nombre de “Maestro Eduardo
Vicente”, en homenaje a vos, Eduardo, asesinado
en marzo de 1977.
Se acabaron las palabras. Sólo resta el silencio agazapado
entre el murmullo de la gente en el vagón y
el traquetear sobre las vías.
Claris


Segunda Categoría-Cuento-Tercer Premio

Atardecer en la London City
María del Pilar Calace Calvo
Gélido atardecer porteño…
Me encontraba sentada en mi querido
Bar London City absorta en meditaciones
profundas. La calidez del conocido lugar,
lleno de recuerdos, hizo que me mantuviera abstraída
de los ruidos mundanos de la sociedad,
del “no respeto por el otro “ , de esta época en
que vivimos confundidos y avasallados por el
yugo de la esclavitud de la tecnología mal utilizada.
Estaba en mis cavilaciones, cuando de repente,
veo entrar por la puerta de Av de Mayo a una
amiga que no veía hace mucho. ¡Oh sorpresa! ,
al encontrarme con Gabriela, mi amiga de la
infancia cuando vivía en Rosario.
Nos abrazamos emocionadas y nos ponemos a
conversar:
Ella me dice: “Querida: ¿Te acordás cuando íbamos
con los chicos y las maestras del Colegio al
Río Paraná, cerquita del Monumento a la Bandera?
¡Qué hermoso era cuando nos enseñaban,
jugando, a compartir valores morales y respeto
por el otro!”
Yo le respondo: ¿ Te imaginás ahora la misma
escena , aquí : cuando los mismos padres o tutores
permiten que sus hijos desde niños tengan
celular , Facebook, y no les enseñan lo básico,
que es tener valores , jugar creativamente y
hablar? . Luego culpan a sus maestros y, en realidad,
todos somos responsables”.
Hace unos años estaba la idea de que se podía
construir un robot con sentimientos, pero…
¿Acaso no estamos permitiendo que nos conviertan
a nosotros en robots sin sentimientos?¡
Despertemos !!
¡Qué agradable el aroma de los capuccinos
calentitos! Mientras el mozo nos sirve parece
que el tiempo va retrocediendo, y estamos en
1951, época de la creación de este típico Bar
Porteño.
Puedo ver a mi Papá con su prima hermana charlando
de política… ¡Y la gente se escucha! Se
comprenden más. Nadie tiene un teléfono móvil
y por supuesto, casi todos llevan algún libro bajo
 su brazo .Hablan de ajedrez, de ópera, y no porque
eran de las clases más pudientes como se
podría tontamente pensar, sino porque la Educación
en nuestra amada Argentina era una de las
mejores, siendo admirados en casi todo el
mundo por nuestra cultura. Nuestros debates
eran polémicos y construíamos la historia.
El capuccino italiano es un elixir (eso me pareció),
y puede hacerme ver el mismo lugar en diferentes
épocas. ¡Que increíble!
Al tomar otro trago, mi amiga Gabriela me dice :”
¿Qué te pasa querida amiga? ¿Estás acá…o
dónde? De repente vuelvo… pero con mi imaginación
viajo a 2020. Ya nadie se escucha , todo
es un caos : no existe la educación ni los libros,
por no ser redituables económicamente .Somos
todos como robots , los celulares están tan tecnificados
que ya se usan sin pensar siquiera…¡
Horror!. Tomo otro sorbo y vuelvo a este tiempo:
por más difícil que sea , tenemos esperanza .
Todos somos responsables de que nuestra Querida
Argentina sea lo que fue y aun mejor. Inculquemos
los valores que tuvimos la suerte que
nuestros padres y maestros nos enseñaron y
ayudemos a nuestros semejantes a pensar por
nosotros mismos y a cultivarnos. ¡Es tan hermoso
poder construir otra realidad! .No nos dejemos
vencer.
Mi amiga y yo hicimos un pacto de amistad con la
inocencia de la niñez, a pesar de la madurez de
los años vividos: volver a la vera del Río Paraná
e invitar a todos los que conociéramos para rebelarnos
por un mundo mejor. Empezando por
nuestra Patria: a ser cada vez mejores personas
a través de la cultura y la enseñanza porque
ellas siguen en su esencia en todos y cada uno
de nosotros. Y es un deber y una satisfacción
cumplir ese sueño.
Salimos por la puerta de la calle Perú, la que da
al Oeste, y un rayo de sol nos ilumina la cara y
nos sonreímos cómplices como cuando éramos
niñas y teníamos sueños utópicos …¡Ahora los
haríamos realidad!
Atenea


Segunda Categoría-Cuento-Primera mención

Recuerdos
Ida De Vincenzo
Podría decir muchas cosas sobre mi papá, fue un hombre sencillo, sensible, le gustaba la
naturaleza, el aire libre, y sobre todo, la tierra.
La trabajaba un poco por necesidad pero más
por amor hacia ella. Cada semilla para él era valiosa,
la cuidaba con mucho esmero y dedicación. Cultivaba
desde la humilde lechuga hasta las cosas
más sofisticadas para colaborar con la economía
familiar. Criaba conejos, chanchitos de la india; pero
llegó un momento en que nos encariñamos tanto
con ellos que llorábamos y pedíamos por sus vidas.
Finalmente nos negábamos a comerlos y entonces
dejó de criarlos. ¡Quién sabe si él no se privó de
comer algo que le apetecía para no ver nuestras
lágrimas!
Sufrió mucho las consecuencias de la guerra, evitaba
hablar sobre el tema, decía que eran cosas muy
tristes. Siempre repetía "Mejor olvidar". Sin embargo
su actitud cambiaba cuando le preguntaba por su
herida de guerra. Había sido herido en combate, en
el codo, yo sentía orgullo por tener un papá que era
veterano de guerra pero al mismo tiempo no comprendía
como él había podido dispararle a otra persona.
Un día, venciendo mi timidez me animé y sin
medir mis palabras le pregunté cómo había podido
hacerlo: me miró y yo pude ver en sus ojos una gran
resignación. Entonces con mucha convicción y simples
palabras, me dijo: ”Si yo no le disparaba él me
mataba a mí. Y en ese momento me di cuenta que
no había tenido otra salida: hasta hoy lo recuerdo y
me conmuevo ante una verdad tan fría y absoluta.
Cuando recién llegamos a la Argentina comenzó a
trabajar pero un accidente laboral lo inmovilizó casi
un año. Cuando estuvo repuesto consiguió trabajo
en las cuadrillas municipales de asfaltado, y cuando
le hacían bromas sobre él, siempre contestaba “ustedes
no saben lo que es trabajar en la calle: en
invierno el frío que te congela los huesos y en verano
con la brea caliente bajo el inclemente sol se te
quema el alma”.
También teníamos en nuestra casa un almacén, y
él, nos ayudó a afianzarnos económicamente y también
a adaptarnos al lugar .Nuestra clientela era de
lo más variada, en ocasiones era difícil entenderse.
Muchas veces lo hacían por medio de señas, se
podrán imaginar lo que costaba charlar y a veces
sucedían las cosas más graciosas. Recuerdo una
conversación entre mi mamá y una señora de origen
paraguayo que trabajaba en la casa de una vecina:
mi mamá hablaba de una cosa y la señora contestaba
sobre otra muy distinta, pero ambas seguían un
hilo imaginario de conversación, entonces yo con
inocencia infantil le advertí a mi mamá. Paró ella me
miró y me dijo "vos quedate tranquila, no te preocupes"
.
Teníamos en la casa un gran patio lleno de cajones
y botellas donde mi papá, de vez en cuando, se sentaba
en un cajón vacío de gaseosas y allí se ponía a
escribir a su familia; les contaba lo bueno que era
vivir aquí, pero en esos momentos en sus ojos
había una gran tristeza. Volvían a él recuerdos lejanos,
cosas sobre las montañas, las costumbres
milenarias, las leyendas: estaba acostumbrado a
las dificultades de la vida, pero se defendía de lo irremediable
idealizando. Cuando le faltaban pocas
líneas para terminarla, me llamaba: "Vieni, Vieni"
para que les escriba algo a las tías pero en aquella
época yo era muy chica y no sabía escribir .Entonces
él con mucha paciencia dibujaba las letras en
un papel y yo las copiaba en la carta. Casi siempre
eran las mismas palabras:"Care Zie". Cuando terminaba
de escribirlas su cara se iluminaba con una
gran sonrisa, era un momento mágico, saber que
allá lejos, lejos, pasando un gran océano, había personas
que nos querían y pensaban en nosotros.
Las cartas tardaban mucho en llegar. El día que recibió
la noticia de la muerte de una de sus hermanas,
al leerla quiso hablar pero no pudo, sus ojos se
empañaron, un llanto tranquilo, pero profundo, brotó
de sus ojos
En ese momento asumió la realidad y tuvo la certeza
de que a pesar de su añoranza, jamás iba a tener
la oportunidad de volver a sus montañas, de abrazar
a sus seres queridos .Entonces por muchas
semanas la casa se vistió de estricto luto.
En el barrio fue una revolución cuando se mudó a él
la Línea de colectivos 47: hacían tanto barullo que a
veces no nos dejaban dormir. Mi papá siempre
decía que no lo hacían a propósito, que estaban trabajando.
Pero muchas noches tuvo que levantarse para ir a
la administración y recordarles que él se tenía que
levantar a las 4.30 de la mañana para ir a trabajar. A
pesar de estos pequeños incidentes siempre les llevaba
para tomar algo caliente en invierno, y algo
fresco en verano.
Cuando se enfermó, todas las personas lo visitaban,
nunca estuvo solo. Fue un hombre muy considerado,
su carácter con el pasar de los años se fue
amoldando, tuvo la simplicidad de quien ve la realidad,
y sabe que haga lo que haga no podrá cambiarla.
El día de su muerte hubo un cortejo muy largo para
acompañarlo hasta su última morada.
La Tana

Tercera categoría-Cuento-Primer premio

“Falucho en la Siberia”
“Dedicado a la historia del barrio de Villa Urquiza”
Nilda González
Todas las tardes se reunían en un una esquina de la calle Manuel Ugarte sentados
sobre algún viejo banquito de madera
a charlar o a jugar a las bolitas, El Tano, Paco y
Ramiro.
Eran pibes de pantalones cortos que recorrían el
barrio por las tardes, pateando tachos oxidados
sobre la tierra reseca de las calles.
Pero una tarde, después de salir de la escuela al
pasar por la calle Galán, a Paco se le ocurrió visitar
a un compañero que estaba enfermo, claro
que el lugar donde vivía era muy feo lo llamaban
“ La Siberia”.
Era un barrio de casas de madera y cartón, con
algunos techos de chapa separados por pasillos,
donde de noche, todo podía pasar desde un asesinato
hasta un robo y nadie escucharía ni sería
testigo de nada, allí se armaban banditas que
esperaban a los turistas o a algún visitante extraviado
para robarles hasta los pantalones.
Pero había que visitar a un compañero que estaba
enfermo hacía días que no iba a la escuela,
pero justo ese día se echó a llover.
Cada uno tomó unos cartones para taparse y
salieron rumbo a una visita sorpresa, en realidad
a una aventura.
Las secas calles se convirtieron pronto en charcos
de barro, con un fuerte olor a campo, porque
por allí pasaban los aguateros, toda clase de
vendedores, que traían sus mercaderías en
burros, en caballos, también algunos lecheros
para vender la leche directa de la vaca, si porque
la ordeñaban delante tuyo en unos jarros de aluminio
y ¡No saben qué rica era esa leche!; solo la
espuma daba energía.
Siguieron primero caminando y luego corriendo
para refugiarse debajo de algunas chapas, porque
los cartones sobre sus cabezas eran solo
papel mojado.
La lluvia parecía no darles un poquito de descanso,
hasta que llegaron a la casa de José.


Les abrió la puerta, volaba de fiebre pero en esa
época no había médico a domicilio, así que decidieron
llevarlo a la curandera que con algún gualicho
o té lo curaría.
Era un diluvio, pero solo José conocía el lugar,
así que no quedaba otra solución que cargarlo
en los hombros.
Primero lo abrigaron y lo envolvieron en cartones
y debajo de una vieja chapa, salieron en busca
del remedio.
José temblaba, no se sabía si de frío, de fiebre o
de miedo.
De pronto gritó es allí en esa casucha de la puerta
azul.
Y cayó al piso inmóvil. ¡Qué susto! Pensaron que
se había muerto y después de tocar a la puerta y
acomodarlo sentado frente a ella, se fueron
corriendo cada uno a su casa, dejando al pobre
José solo en el barro.
No querían saber de muertos, de policías que no
les creerían lo ocurrido, ni tampoco del padre de
José, que levantaba bolsas en el puerto de
Buenos Aires y podría terminar con ellos antes
de que puedan explicar nada.
Cuando les faltó el aliento se sentaron, la lluvia
ya era llovizna y el sol parecía que quería salir.
Primero se miraron, y nadie quería ser el primero
en hablar del tema pero juntos exclamaron.
¡ Y si no murió y solo sufrió un desmayo!
Pero como saberlo sin volver, tenían que pasar
nuevamente por esos callejones barrosos y
sucios, pero la intriga pudo más.
Y allá fueron, ya caía la tarde y aunque ya no llovía
se iba haciendo de noche.
Todos empapados y con las zapatillas Pampero
mojadas, llegaron al lugar.
Claro les costó mucho, porque el Tano decía es
por aquí, Paco no, era por allá y Ramiro no me
acuerdo y entre que por allá y por acá se encontraron
frente a la puerta azul.
No sabían si golpear o esperar a que alguien
saliera, en la duda llegó la noche y recordaron a
sus padres asustados por la ausencia, y en los
chirlos que iban a recibir por la travesura, pero
contaban con la comprensión del motivo que los
llevo a semejante audacia: Entrar en la Siberia.
Por fin la puerta se abrió, salió una vieja con una
vela roja con olor a cebo rancio, claro de eso se
hacían las velas en esa época ya que no había
luz eléctrica, y al vernos exclamó.
-¿Quiénes son ustedes y qué quieren?-
Le preguntaron si vio a un niño enfermo en la
puerta, ella los miró fijo y luego dijo.
- ¿Es ese que está en la cama medio muerto?-
Paco el más valiente se asomó a la habitación
de chapa y madera con un olor a humedad mezclado
con esencia de yuyos y dijo: - Sí, es nuestro
amigo-
La curandera los hizo pasar y les explicó, que ya
le había bajado la fiebre, pero que tenía que guardar
reposo, ponerles cataplasmas de lino para
aflojar el catarro, y que tenía que tomar un jarabe
inventado por ella para mejorar el resfrío para
que no le vuelva a subir la fiebre.
Y allí comenzó otro lío, quien lo llevaba a la
casa, y como le explicaban al padre lo sucedido.
Le pidieron a la vieja que los ayude, pero cuando
decidieron hablar con ella ya había desaparecido,
y un viento frío los envolvió, temerosos
salieron corriendo y gritando, cuando una figura
fantasmal con una bandera argentina en la
mano los detuvo en uno de los pasillos.
Plantado frente a ellos, les dijo:
- Yo Falucho, no dejé mi bandera, en mano de
los godos y ustedes no pueden dejar a su amigo,
tirado en el barro-
El miedo y el susto pudo más y volvieron decididos
a llevarlo a su casa.
Cuando todo se explicó, primero a su padre y luego
a los suyos que los esperaban reunidos en la
placita del barrio, hoy Echeverría, iluminados
por faroles a grasa y kerosene, los abrazaron y
felicitaron.
En casa Ramiro le preguntó a su mamá quien
era Falucho, la respuesta explicó, el por qué de
su aparición.
Falucho es un aparecido de la Siberia que cuida
a la gente que valora la amistad, él luchó en la
guerra de nuestra independencia junto a San
Martín, defendiendo a todo patriota que encontrara
en su paso.
Pensando en lo vivido, los tres amigos se quedaron
dormidos en los viejos catre de lona,
tapadito con mantas tejidas por las abuelitas.
-¡Qué hermoso es tener alguien que nos cuide
cuando estamos lejos de casa!-
-¿Existirá realmente Falucho?-
Lunilda Loi


Tercera categoría-Cuento-Segundo premio

La rebelión de los genios
María Inés Perelló
Faltan pocos minutos para la inauguración del tan esperado y ansiado evento. Los
técnicos electricistas recorren, apresurados
y nerviosos, los stands; encienden y apagan
las luces una y otra vez, para comprobar que
todos los spots iluminen con precisión cada
estante, cada rincón del inmenso recinto. El personal
de maestranza da el último retoque a las
alfombras y acomoda las sillas en donde se sentarán
los invitados para escuchar el discurso de
apertura.
Desde el escenario un joven observa al público,
mira su reloj, toma un micrófono y lo prueba, luego
advierte al personal que ya faltan pocos minutos
para que todo comience. Se hace un gran
silencio y es cuando cada uno de los operarios
observa complacido la perfección de su tarea;
todo es orden, luz y color. Los recepcionistas se
apresuran a ocupar los sitios que tienen asignados;
el resto de los empleados, como si fueran
expertos actores, desaparecen de la escena.
Poco a poco comienzan a llegar los invitados y
también arriban las autoridades, quienes suben
al escenario desde donde el Presidente de la
Nación dirigirá la palabra a los escritores, dejando
así inaugurada la “Feria Internacional del
Libro”.
El público ha tomado asiento y aguarda pacientemente
el arribo, impuntual, del Presidente. La
gente se distrae conversando y recorriendo con
la mirada los diferentes stands. Las bibliotecas
se destacan luciendo sobre sus estantes miles y
miles de libros, alegres y coloridos.
¡Cuánta imaginación, cuántos dulces y románticos
pensamientos! ¡Cuántos gritos de rebeldía,
cuántas ideas y cuántos seres soñados se acunan
dentro de ellos!
Nadie percibe el sordo y nervioso cuchicheo que
brota desde los estantes, que se va deslizando de
libro en libro…
¡Son ellos los que parlotean! Están tan emocionados
y tan convencidos de que muy pronto llegará
alguien que los elegirá y enriquecerá su espíritu e
intelecto con la lectura que guardan sus inmaculadas
páginas.
Sus autores, sobre todo aquellos noveles e ignotos
escritores, los miran embelesados, soñando… Ya
ven a sus libros convertidos en best sellers, imaginan
que todo el mundo reconocerá el talento del
autor. Llenos de confianza y optimismo piensan
que de ahí en más ya están listos para ser galardonados
con el Cervantes. La ansiedad hace redoblar
los latidos de sus corazones.
Una vez finalizado el acto de apertura las personalidades
se retiran y el público queda en libertad
para comenzar a recorrer la Feria, algunos se
detienen con devoción delante de las estanterías
buscando a su autor predilecto, otros caminan
mirando aquí y allá, buscando algún rostro célebre
o alguna cámara de televisión, para así aprovechar
la oportunidad de salir en la bendita pantalla.
Muchos se inclinan por ir a las confiterías a pasar
un buen rato, otros se arremolinan en el hall de
entrada para poder observar con comodidad la llegada
de las personalidades.
Y así comienzan a sucederse, unos tras otros, los
días.
Los escritores, poco a poco, van dejando traslucir
en sus rostros una gran decepción y también indignación.
Muy poca gente se inclina por comprar sus
desconocidos títulos. Nadie les presta atención.
¡Como tampoco nadie presta atención a la furia
que comienza a bullir en las bibliotecas!
La poesía reclama indignada y recita su rebeldía a
sus compañeros de desventuras. Las novelas se
sienten engañadas, todos sus personajes se
remueven nerviosos dentro de sus páginas. Los
libros de ciencia le gritan al público: “¡Bárbaros!”.
De pronto, un rayo estrepitoso parece quebrar las
paredes, las luces se prenden y apagan. La gente
se detiene paralizada por el terror y más terror siente
cuando ve brotar de los estantes del stand de
España la fantasmagórica figura de Don Quijote de
la Mancha, quien lleva montado sobre el anca de
su caballo a Cervantes, que vociferando furibundas
palabras en incomprensible castellano se abalanza
sobre el público que espantado lanza agudos
chillidos.
Una densa niebla envuelve el stand de Rusia, iluminada
por chispeantes relámpagos que se van
transformando en siluetas humanas, ahí están Gorki,
Tolstoi, Dostoievski, que maldiciendo en ruso y
agitando sus puños en forma amenazadora corren
a unos curiosos que los miran sin poder creer lo
que sus ojos ven.
Alfonsina se cruza con los escritores rusos, los
abraza con entrañable afecto y continúa espantando
a los herejes, lanzando espeluznantes carcajadas.
Borges baja por las escaleras sacudiendo con ira
su bastón, un acicalado señor se detiene delante
de él y cuando su boca se abre para aullar de
espanto, Jorge Luis lo mira y al verlo tan asustado
le palmea la espalda en un intento por tranquilizarlo,
el pobre hombre no puede creer lo que le está
sucediendo, se pone muy pálido y cae desmayado
al suelo.
Shakespeare, Byron y Bécquer caminan por los
pasillos, se detienen, se miran, menean consternados
la cabeza, suspiran con tristeza y con
cavernosas voces recitan “To be or not to be”.
Camus, Lorca, Neruda, Hemingway, Gabriela Mistral,
Victoria Ocampo y muchos otros célebres
escritores se desprenden desde todos los rincones
de la Feria, toman libros de las bibliotecas y los
arrojan sobre las espaldas de las despavoridas
personas que corren aullando en busca de la salida.
Los verdaderos diletantes de la literatura que se
encuentran allí no huyen, observan lo que sucede
entre extasiados y divertidos.
Sábato y Bioy Casares caminan, abriéndose paso,
en medio de los espectros. Don Ernesto le pregunta
a Don Adolfo __ Decime, Bioy, ¿es otra de mis
pesadillas o en realidad está sucediendo? __ Y él
le contesta __ Si, querido Ernesto, está sucediendo.
¿Y querés que te confiese algo? De pronto me
siento como si tuviera veinte años y me han entrado
unas ganas locas de correr a puntapiés a todos
los que ignoran el talento de tantos escritores. __
Sábato agrega __ Yo también, viejo. Vení, vamos
a buscar a Borges.
Los dos se acercan a Jorge Luis Borges, quien ya
no está ciego, y lo abrazan con gran afecto, luego,
blandiendo sus bastones, los tres corren por los
stands lanzando escalofriantes aullidos.
El público se atropella, lleva por delante los cortinados
y sale corriendo, despavorido, por la Avenida.
Nadie queda en la Feria. Todo ha vuelto a quedar
en orden. Todo es silencio.
Mas no es verdad, porque si prestamos atención
podremos escuchar como brotan desde los libros
divertidas risas.
En tanto tres hombres caminan sin apuro hacia la
salida, van conversando animadamente. Cuando
llegan a la vereda se detienen, se estrechan en
afectuoso abrazo y riéndose se alejan, esfumándose
en la oscuridad de la noche.
Se escucha decir a Bioy, mientras suelta una carcajada:
__ ¡Siempre tan ocurrente este Georgie!
Mary Alliso

Tercera categoría-Cuento-Tercer premio

“El devorador”
Pedro Mario Saito
Los niños suelen soñar despiertos. Son esas historias
imaginarias, irreales, que luego, con el correr del tiempo,
a veces terminan dándolas por ciertas. Pero también
es sabido que, en su inocencia los niños tienen la
capacidad de percibir cosas que los adultos no podemos,
porque ya hemos perdido esa capacidad.

Mirá, intenté persuadirte de distintas maneras, pero me la hiciste difícil. Yo no me doy por
vencido tan fácilmente, por eso te escribo.
Como voy más allá del mero hecho de convencerte, a
riesgo de que me tomes por delirante, te voy a contar
por qué fue que me convertí en “el devorador”, como
vos me llamás.
Vos sabés que me crié en el campo, en las afueras de
un pueblo chico, como tantos del centro de la provincia
de Buenos Aires. En aquellos días, la vida era tan
dura como simple. Amaba ir a la escuela en la mañana;
aunque el viento y la escarcha me entumecieran
el cuerpo. Caminaba casi dos kilómetros, pero no los
sentía. En realidad no alcanzaba a percibir entonces,
que la escuela era el lugar sublime que me convertía
en un niño de verdad. Allí hice amigos y jugué. Si,
jugué... y me sentía feliz.
Por la tarde era otra cosa. Que limpiar el gallinero,
que cambiar el agua a los animales, que ayudarle a mi
padre con el arado. No. No me pesaba, ni me aburría;
sencillamente no tenía tiempo para darme cuenta de
eso. Aunque la monotonía de lo cotidiano me dejaba
rendido, tampoco me quejaba. Ni se me cruzaba pensar
en algo distinto. Es que yo era un chico de campo,
de provincia y era tal la costumbre...
La costumbre... esa sí, que no te da oportunidad y lo
peor, ni te enterás.
Tendría diez años, cuando ocurrió la historia que
estoy por contarte. La que inesperadamente cambió
el rumbo de mi vida y me arrancó de ese destino miserable
y limitado de puestero de estancia, en el que se
ahogaron mis padres, mis abuelos y quién sabe cuántas
generaciones atrás. Sí, tenía diez porque estaba
en cuarto grado. Nando Alcalá era mi compañero de
banco y éramos amigos. Desde que recuerde nos sentábamos
juntos. ¡Era tan locuaz! Yo, lo admiraba.
Las mejores notas eran las suyas. Era el mejor en historia,
en matemática, en lengua y el que mejor leía.
Daba gusto escucharlo. Sí, era el mejor en todo y el
preferido de la maestra, con quien hablaba de gente y
lugares que ignorábamos. Tal vez por eso, algunos lo
miraban con desagrado; quizás porque no era rudo
como nosotros y hablaba fino; o no compartía las
horas de gimnasia, ni jugaba al fútbol como todos.
Era un niño debilucho; transparente, azulado y faltaba
mucho a clase. Cuando regresaba al cabo de diez
o quince días, me relataba las divertidas correrías y
misteriosas aventuras que había compartido con sus
otros amigos, que yo no conocía. Amigos a los que
calificaba como espectaculares; incondicionales;
fabulosos. ¡Con ellos había conocido las minas de diamante
de Tanzania, la fascinación aterradora de las
cobras de la India; la desolación paradisíaca de las
islas perdidas del Pacífico; las alta planicies manchegas!
Mamá decía que estaba muy enfermo de los pulmones
y que no tenía cura, por eso faltaba así. Yo prefería
creer en las andanzas que él me contaba y me dejaban
absorto.
Hacía casi un mes que no venía a la escuela. Nunca
había faltado tanto.
No creo que haya sido por envidia... o quizá sí, no lo
se. De lo que estoy seguro es que yo lo amaba, lo
extrañaba y quería formar parte de ese círculo fascinante
del que él participaba. Deseaba con todo el
corazón que sus increíbles amigos también fuesen
los míos. Pensé en decírselo, en cuanto volviese;
pero ya no me fue posible.
Era un frío lunes de Julio. La maestra, con los ojos
húmedos y enrojecidos nos informó que Nando no
vendría más a clase. Supimos que había muerto.
Sonó la campana y salí de la escuela, abatido, invadido
por una angustia que me doblegó cruzando un
campo de girasoles, donde a escondidas me largué a
llorar como no lo había hecho nunca. Tal vez por eso
me asusté y comencé a correr sin rumbo, como un
potro desbocado.
Cuando llegué al camino, la fatídica sorpresa me detuvo
en seco. Un mínimo cortejo, encolumnado detrás
del carro que trasladaba al ataúd, transitaba los últimos
doscientos metros que los distanciaba del
cementerio. A paso lento se alejaban de mí, bajando
por la suave hondonada.
Jamás había presenciado un entierro. Sin proponérmelo,
de pronto me encontré fisgoneando impresionado
la escena, escondido a escasos metros de la
sepultura, detrás de un ciprés.
Tan pronto como los padres de Nando y el cura, con el
carrero y los enterradores se hubieron marchado, con
la garganta anudada, sentí la necesidad de despedirme
de mi amigo e impulsivamente quise acercarme,
en el preciso instante que aquello sucedió.
Procedentes de los albores desconocidos del tiempo,
ataviados con ropajes ignotos; a pie, o en sus enjaezadas
cabalgaduras, uno tras otro llegaron esos
extraños forasteros a rendirle respetos al pequeño
infortunado de mi edad.
Asombrado, ni por un momento dudé que fueran los
amigos de Nando. Eran tal cual los había descripto.
Permanecieron en silencio junto al sepulcro. Luego,
cuando comenzaron a retirarse, un viejo caballero de
aspecto enjuto y oxidada armadura, desde su magro
caballo miró hacia donde yo me encontraba y me
llamó por mi nombre, como si me conociese: -
“¡Pedro...! – y repitió -¡Pedro...!” - Sorprendido, me
asomé y el viejo, en respuesta, esbozando una sonrisa
me saludó con su castizo acento –“Hasta más ver,
chaval. Hasta más ver…” – alzó su mano enguantada
en señal de despedida y se alejó.
Todos los otros me saludaron de igual modo. Mi corazón
repiqueteó, de alegría, porque significaba que
Nando les había hablado de mí.
Volví a mi casa, buscando una excusa que justificara
mi tardanza. Disimulé mi excitación cuanto pude y no
conté nada. Esa semana no quise ir a la escuela y mi
madre me comprendió. Por lo demás, todo siguió
igual... hasta el domingo.
El carro de los Alcalá se detuvo junto a la tranquera.
Alcalá era un viejo conocido de mi padre. Visiblemente
emocionados se abrazaron; en tanto, mi madre
corrió entre lágrimas hacia la desconsolada mujer
que susurraba el nombre de su pobre angelito.
Yo agaché la cabeza y rompí a llorar. La mamá de
Nando se acercó, me acarició la cara con ternura y balbuceó
– “¿Sabés que eras el mejor amigo de mi hijo?“
Inocentemente, en un intento por confortarla le dije
que Nando tenía muchos amigos. Quise contarle el
episodio del cementerio, pero antes de que pudiera
hablar, me llevo de la mano hasta el carro y dándome
una bolsa de arpillera repleta reafirmó con desolada
firmeza - “vos eras su mejor amigo... vos y estos
libros… me pidió que se los cuidaras”.
La sencilla distinción de mi amigo, me acarició el
alma. Tal vez, por curiosidad; quién sabe, por el mandato
implícito o quizá por la hechizante atracción que
sobre mí ejercían esos libros, lo cierto es que esa
misma noche comencé a leer “El ingenioso hidalgo
Don Quijote de La Mancha “.
No debí esforzarme para reconocer al enjuto y castizo
caballero de oxidada armadura, que aquella tarde
sombría, me llamara por mi nombre.
Más luego lo haría con “Robin Hood”; “Sandokan”;
“Robinson Crusoe”; el “capitán Ahab”; “Martín Fierro”...
personajes entrañables que, despertaron esta
saludable, inofensiva y perdurable inclinación, que
me ha reportado tanto placer, conocimiento y compañía
hasta convertirme en “el devorador”
Es mi verdad. Una fantástica y mágica verdad que
me eligió y regaló la poesía de un mundo más hermoso
y feliz... el de la fantasía.
Ojala, que esa magia poderosa, también te elija a
vos.
¡Hasta más ver...!
Augusto


Tercera categoría-Cuento-Primera mención

La estrella más bella
José Francisco Otero
Cuentan que desde hace muchos millones de años, cuando nuestro creador formó la maravilla más gran- de: ¡El Universo! (nuestro infinito y bello sistema astral en su total amplitud), diseñándolo con su única y
gran sabiduría, se formó una conjunción de planetas, satélites y estrellas, constituyendo distintos grupos
o comunidades estelares.
En esta narración puntual, nos referimos a una de las más hermosas del Sistema Solar: ¡El grupo de Las Célicas!,
uno de los conjuntos más importantes y conmemorativos de nuestra maravilla de estrellas fugaces.
A una de estas estrellas, “la más bella” ¡Celina!, ágil, inquieta, resplandeciente, dulce e inteligente, con ansias
de libertad, por estos motivos sobresalientes, le fueron cortadas todas las libertades, declarándola en estado de
rebeldía ante la gran comunidad. Desde entonces, le fueron vedados todos los derechos naturales que le
correspondían en todo el espectro universal literal.
Ésta, al verse sometida en su cruel encierro, con valentía se fugó del injusto cautiverio, lo que a posterior le daría
vida a su formación radiante de estrella fugaz: cada uno de nosotros, la habrá visto más de una vez circular el
espacio durante las noches claras de la primavera, luciendo su majestuosa, maravillosa, alargada estela reluciente.
Pero llegó el día en que, al ver reflejada su fulgurante hermosura en el espejo de los mares y de los océanos de
nuestra tierra, se hundió en las inmensidades del profundo abismo marítimo, hallando su hábitat para siempre.
Ante la agradable sorpresa y admiración de todos los habitantes que forman la población acuática (estos ofrecen
la más alegre convivencia de toda la comunidad que conforma las profundidades marinas), al verla tan deslumbrante
y majestuosa, la proclamaron ¡Reina del Mar!, con el nombre de ¡Celina Marisa! (Estrella de Mar)
Desde este momento vivió rodeada de las más bellas plantas marinas que dan pomposidad a su hábitat, formando
su residencia en un edén natural de suntuosos corales y guardada por un ejército de elegantes y ágiles
delfines y por una formación de hipocampos, que le otorgaban majestuosidad a su reina Celina Marisa.
Si alguna vez la encuentras, donde rompen las olas o sobre la ríspida arena, bésala y devuélvela al mar, ya que
es donde tiene su hábitat natural.
Martín Fierro


Tercera Categoría-Cuento-Segunda mención

El forastero
(Cuento corto al amor) - Oscar Galeazzi
Llegó el forastero al pueblo perdido
Se fue de su barrio, su barrio querido
donde había nacido, donde había crecido.
El barrio era Flores, capital porteña
y lo dejó todo, su casa, el bar en la esquina
su barra de amigos que tanto quería.
Se cansó de todo,
de tantos afanos
de paros, piquetes con bombos,
de tanto quilombo.
Cargó sus pilchas en su viejo coche
y se fue sin rumbo
y mirando al cielo, le pidió al de arriba
que El lo guiara en esta aventura de su viaje
incierto.
Tomó para el norte y caminó mucho
y cruzando un gran río por un viejo puente
detrás de un monte, encontró un pueblito
de calles angostas, de casitas bajas
donde en vez de rejas había jardines
cargados con flores llenas de perfumes y todos
colores.
Paseó por la plaza, le gustó su gente sin
preocupaciones
y todos sonrientes. Árboles frondosos donde
merodeaban
pájaros haciendo sus nidos, cantando sus trinos.
Se metió en su bunker, un hotel de pueblo
y lo pensó mucho, si la decisión tomada sería
acertada
o tal vez tendría que arrepentirse un día
de lo que había dejado, que fuera su tiempo
que fuera su vida.
Y llegó el feriado, famoso en el pueblo
había alegría con todo su adorno
salió de su cuarto, quiso conocer su entorno
para saber donde estaba parado
paseó por el barrio, todo muy prolijo, todo muy
limpito
todo bien pintado.
Él era elegante, tenía su porte, su pilcha era buena
su andar arrogante.
Las minas del pueblo lo miraron todas,
también él miró a todas, pero vio a una sola.
Él vio a la piba rubia de carita triste,
que bajó sus ojos cuando vio asombrada
que la vista de aquel forastero se clavó en la suya
y con tanto fuego.
Primero fue un saludo, con una sonrisa
después las preguntas tontas, las que se
acostumbran
¿qué cómo te llamas?, que de dónde vienes?
Todo fue muy tierno, para romper el hielo
Más los dos sabían al haberse visto
que algo muy profundo, en sus corazones se había
metido.
Y después de un tiempo de haberse conocido
él supo que todo no estaba perdido.
Ella dejó su tristeza y pensó que no en vano había
sido la espera.
Y sin olvidar nada del tiempo pasado
sus cosas, su gente, Dios quiso endulzar su vida
con este presente.
Fueron muy felices y se amaron tanto
que aquel forastero, bendijo su suerte.

Osky





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